Muchos lo hacemos: tú pareja te deja sola en la mesa del restaurante para pasar al baño unos minutos e instintivamente tú sacas tu teléfono a revisar lo que sea. El Facebook e Instagram te acompañan. En la casa y en el trabajo es igual, los momentos libres ya no existen porque las redes y apps están siempre allí para rellenar ese espacio. En esa cultura estamos criando a nuestros hijos y a generaciones futuras.
Ahora imagina que estas sentado en una sala de clases. La profesora acaba de explicar un tema y se está tomando unos momentos para buscar la guía. Inmediatamente tu mente está buscando una distracción, algo que hacer para rellenar esos momentos que parecen tan largos. Por fin te llega la guía – una sola hoja, lo más probable hecho muchos años atrás. Es puro texto, ningún dibujo, y mucho menos las imágenes y sonidos rápidos y entretenidos que salen de tus aplicaciones favoritas. Y por los próximos 60 minutos deberías concentrarte solamente en ella.
La tecnología ha avanzado tremendamente en la última década, pero la sala de clases no ha seguido sus pasos. Como profesores hoy enfrentamos el enorme reto de motivar a nuestros estudiantes para aprender usando tecnologías anticuadas mientras en sus bolsillos se guardan cosas mucho más avanzadas y más relevantes para sus vidas.
Generalmente los videos, como los miles que se puede encontrar en YouTube, muestran 24 cuadros por segundo, es decir que en un solo segundo tu cerebro está expuesto a 24 imágenes distintas que pasan tan rápido que estas imágenes inmóviles parecen tener un movimiento natural. Un video de solo 3 minutos contiene más de 4.000 imágenes. Y eso es del lado bajo de la escala. Sony está lanzando un sensor de cámara para Smartphone que alcanza los 1.000 cuadros por segundo, es decir, en esos mismos tres minutos entran 180.000 imágenes al ojo. Entonces no se debe sorprender cuando los estudiantes se quedan menos que entusiasmados al recibir una hoja en blanco y negro. Estamos acostumbrados al ataque constante de imágenes e información y nos llega por los ojos, dedos y oídos. Pero esa vida no cuadra con lo que están viviendo los estudiante adentro de la sala, donde pocas clases incorporan sonidos y menos recursos táctiles.
Pero queda la pregunta: ¿Qué se puede hacer? Unos dicen que la respuesta es incorporar las mismas tecnologías a la clase – hacer trabajo en grupo vía whatsapp, crear videos de temas escolares en Imovie, etc. Y es cierto, de alguna forma hay que actualizar la sala de clases incorporando métodos de enseñanza que usen los cinco sentidos y buscando tecnologías que ayudan a alcanzar los objetivos de aprendizaje. Pero también hay que ser realistas: la gran mayoría de colegios no tienen dinero disponible para financiar mucho cambio. Además, tenemos que tener cuidado en cuanto nuestra dependencia de la tecnología, dado que los redes no son invencibles y pueden caer.
Dadas estas restricciones es necesario enseñar a las generaciones jóvenes (y recordarnos a nosotros mismos)cómo mantener un balance entre la tecnología y la vida cotidiana, y eso empieza en la casa. Cosas tan simples como dejar los celulares en otra pieza durante las horas del almuerzo y once para que los niños aprendan que hay momentos apropiados y no-apropiados para usar tecnología y rescatar la importancia de la comunicación cara a cara.
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