
Recientemente, el análisis del Ministerio de Educación y el Centro de Investigación Horizontal (octubre 2025) nos enfrenta a un problema estructural crucial en la docencia chilena: la deserción masiva de profesionales. Desde 2008 hasta 2023, 22.949 docentes abandonaron el sistema.
Recuerdo mis primeros años de docencia con una mezcla de miedo y desafío. Eso sí, mi experiencia fue en la educación superior donde el ambiente es distinto, ya que el grupo de estudiantes está ahí por opción propia. Pero conversando con colegas, alumnado y personas ligadas a la docencia en cursos básicos y medios, la experiencia puede ser muy distinta. Es cierto que se comparten los mismos temores enfrentados a cursos que dictan por primera vez, pero ahí el estudiantado percibe que está más bien obligado a estar en el aula y, a veces, el mal comportamiento de unos pocos coarta la experiencia de aprendizaje del grupo, desgasta y finalmente sabotea la implementación de nuevas estrategias o formas de enseñanzas, porque lo importante es la burocracia de terminar con las notas puestas en los libros y cubrir los contenidos obligatorios para cada nivel.
Así, el informe señala que del total de desertores, el 76% lo hizo con menos de cinco años de experiencia, lo que es aún más preocupante si se toma en cuenta que la formación de los profesores dura entre 4 y 5 años.
Esta estadística no habla de vocaciones débiles o de una mala elección de carrera; habla de un sistema laboral que expulsa a su talento en la etapa temprana. Los cinco primeros años de la carrera docente son intensos y la adaptación es compleja. Los profesores jóvenes, que incluso tuvieron un puntaje promedio de ingreso a la universidad más alto que sus pares que se quedan, se van porque descubren que la profesión no es lo que ellos esperaban y continuar se hace insostenible.
Leyendo comentarios en foros y redes sociales de profesores, las historias son similares. Los sueldos tampoco reflejan lo que se exige laboralmente. Además, la cantidad de horas lectivas es excesiva lo que genera que este no se termine en los horarios destinados al efecto y lleve a un estrés que genera licencias donde otros colegas deben asistir a las personas que se ausentan, sumando más trabajo a su ya ajustado horario y generando una pérdida total de la vocación docente.
El alumnado está cada vez más desmotivado y lo mismo pasa con los profesores, de modo que cuando llegan a la universidad se ve enfrentado a un mundo muy distinto y toma tiempo el que modifiquen esas estructuras mentales.
La educación es un proyecto colectivo, donde todo el sistema debe ser parte en la formación de una nueva ciudadanía. Primero, la familia debe formar el respeto a los profesores y funcionarios de las instituciones educacionales. Los docentes no son los llamados a corregir todo en el estudiante, si no a acompañar a la formación que viene desde el hogar. Los directivos y jefes de las distintas áreas educacionales deben buscar y detectar los problemas de las distintas realidades, para que así cada profesor tenga la opción de trabajar en un ambiente adecuado, que le ayude a mejorar la educación del país y lo motive a implementar cosas nuevas en su ambiente laboral.
Jorge Torres Fuentes



