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Yo me coludo, tú te coludes, él se colude…

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Colusión es el concepto econó mico de moda. Gracias a las nuevas atribuciones de la Fiscalía Nacional Económica, detectar comportamientos colusivos se ha hecho menos complicado que antes, aunque el asunto de las penas aún está pendiente. Básicamente, la idea es que un pequeño grupo de empresas acuerdan establecer un precio en común, obviamente superior al que se ofrecería el producto si las empresas compitieran entre ellas. Estos acuerdos están prohibidos debido a que el precio que se genera es ficticio para el mercado y no representa la valoración que la sociedad le da a dicho producto. El precio de un producto que se vende en un mercado competitivo está dado principalmente por su abundancia relativa. Si un vendedor puede controlar su precio, decimos que es un monopolio. Pero si son varias las empresas, no tendrán suficiente poder para controlar los precios; en consecuencia, se coluden. Imagina que te encuentras en un terminal de buses y quieres comprar galletas para el viaje. Tienes un único negocio al alcance, el que está en el mismo terminal. Cuando pagas las galletas sabes que, al menos, están al doble del precio del supermercado del centro de la ciudad. Esto sucede porque el vendedor sabe que controla la abundancia de galletas en el terminal. El comprador generalmente no alcanzará a ir al centro para comprar estas galletas, por lo que tiene sólo dos opciones: Las compra a precio monopólico, o no comerá galletas durante su viaje. Un monopolio no es sólo cuando existe una única empresa en el mercado, de hecho, hay muchos vendedores de galletas en la ciudad; sino también es el que controla la escasez (de galletas, en nuestro ejemplo), al menos, en una zona geográfica. ¿Y qué tal si hay dos tiendas que venden galletas en el mismo terminal? Dos opciones: Compiten ofreciendo el precio más bajo o, se ponen de acuerdo para poner un mismo precio conveniente (colusión).  Estoy seguro que el lector conoce muchos casos parecidos, sin siquiera tocar el tema de los grandes supermercados, o las grandes cadenas de farmacias, o la industria del papel tissue, ni el gremio de ginecólogos de Ñuble. Por lo que salta a la vista que el comportamiento anticompetitivo no está arraigado en el “gran gerente millonario”, también aparece en los emprendedores y en los pequeños y medianos empresarios. Lo que sucede es que el “gen del oportunismo” no distingue el tamaño de empresas. La gente reclama con justa razón el aprovechamiento de estas emblemáticas empresas por vender productos altamente consumidos (incluso necesarios) a precios irreales. Pero, cuando uno observa el mismo comportamiento, a menor escala, incluso en negocios locales, se comprende que muchos peque ños empresarios sólo necesitan la oportunidad para sacar partido de sus posiciones ventajosas; esto, a costa del consumidor (su vecino). Fiscalización no es lo único que necesitan los mercados chilenos y sus industrias. Mayores castigos tampoco. Esto sólo desmotiva al inmoral, pero no cambia su forma de pensar. Lo que se necesita es que cada empresario en Chile tome conciencia de que forma parte de una sociedad, en la que cada actor tiene la responsabilidad moral de hacer una ciudad y un país mejor.

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