Es más que claro que en nuestro país tenemos muchas demandas por resolver. Unas más prioritarias que otras, sin lugar a dudas, como mejorar las pensiones, y mejorar la calidad de la educación. Y por supuesto, si bien la economía estudia la forma en que podemos satisfacer necesidades “ilimitadas” con recursos que son “escasos”, esta selección de prioridades debe ser hecha de manera efectiva, no mirando solo en el corto plazo, sino también pensando en la largo plazo. En la prensa mucho se habla de educación, seguridad, salud, pensiones; aspectos que, sin lugar a dudas, son urgentes de solucionar. Pero de todo esto surge la siguiente interrogante: ¿y la ciencia cuándo?.
Analicemos algunas cifras. Actualmente Chile destina apenas un 0,38% del PIB en inversión en ciencia y tecnología (I+D). Esto se encuentra muy por debajo de lo que destinan muchas economías desarrolladas como Estados Unidos (2,7%), Corea del Sur (más del 4,0%). Desde la Unión Europea anunciaron que para el 2020 planean invertir un 3% del PIB. El promedio de la OECD alcanza un 2,5%. Incluso nuestra inversión en I+D es menor que algunos países latinoamericanos como Brasil (1,28% del PIB), Argentina (0,63%) y México (0,5%) (Gilbert, 2018).
Este año se ha visto una buena noticia para la ciencia, pero también han llegado malas noticias. Comenzando con lo positivo, se trata de la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Esto permitirá fortalecer la institucionalidad en cuanto al desarrollo de la investigación en Chile. Es un avance positivo y que va en una dirección correcta. Pero lamentablemente en el mes pasado hemos sabido de algunos eventos, como la renuncia del director de CONICYT, Mario Hamuy; y el anuncio de la reducción en el presupuesto público de ciencia, tecnología e innovación en más de $32 mil millones para el 2019. Respecto a lo último, la cifra representa un 4,6% de recorte con respecto a 2018.
La ciencia es un factor relevante que permite a los países avanzar en su desarrollo y crecimiento. Permite la formación de un capital humano más avanzado; fomenta el desarrollo de nuevos productos, servicios y procesos más eficientes para hacer las cosas. El desarrollo de la ciencia y de la teconología ayuda a un país a tener un crecimiento económico sostenible en el largo plazo, ampliando nuestras fronteras de posibilidades de producción que rompen con tendencias estructurales de desaceleración económica. Además hay que recordar que estamos a las puertas de la cuarta revolución industrial, por lo que necesitamos dar mayor prioridad a la ciencia a fin de que dicha revolución nos beneficie, en vez de que nos perjudique con la erosión de puestos de trabajo.
Es verdad, aún no somos un país con la riqueza que tienen aquellas economías desarrolladas, y existen muchas demandas sociales que requieren una solución expedita y que implican recursos; pero no hay que olvidar nuestro enfoque de largo plazo, el que muchas veces es postergado debido a los incentivos por preocuparse solo en medidas cortoplacistas producto de los ciclos electorales, que en Chile ocurren cada cuatro años.
Carlos Delgado Fuentealba