La educación basada en competencias se plantea como el modelo más moderno para la formación profesional y técnica. Según Legault, éste se sustenta en una “renovación paradigmática” que exige un profundo cambio de rol de estudiantes y docentes. La enseñanza pasa de ser un traspaso de conocimientos evaluados mediante pruebas de papel y lápiz, eminentemente memorísticas, a una transferencia de saberes y desarrollo de actitudes que se evidencian en ejecuciones prácticas que los estudiantes deben ir realizando durante el desarrollo de un programa de estudios. Estas ejecuciones prácticas o situaciones de desempeño deben ser lo más parecidas posibles a la realidad y deben aumentar en grado de complejidad a medida que se avanza en el programa. En este modelo teoría y práctica se unen desde el inicio de la formación.
En el ámbito de la formación profesional, el éxito del modelo también está asociado al proceso de selección de los estudiantes que optan una determinada carrera. En el proceso de selección a las universidades chilenas, un alto puntaje en la PSU habilita a un estudiante para ingresar una gama de carreras. Si el sistema de educación superior en Chile aplicara el modelo de educación basado en competencias, y mantuviéramos el mismo proceso de selección, entonces la lectura sería que existen personas súper-eficientes que son susceptibles de ser altamente competentes en casi todas las áreas profesionales. Y es que para que para que el modelo sea eficaz se requiere de ciertas conductas de entrada que no se reflejan en un alto o bajo puntaje de una prueba. Es crucial entonces considerar la implementación de formas de selección que sean predictoras de ciertas habilidades y hasta rasgos de personalidad básicos para una determinada carrera.
La educación basada en competencias presupone un sentido distinto al aprendizaje; es un quehacer más consciente y autocrítico y menos parecido a la tendencia actual que se asemeja a una especie de colección de asignaturas aprobadas a veces con nota mínima. El espíritu del modelo, demanda de estudiantes intrínsecamente motivados en la consecución de la excelencia o eficacia de sus desempeños. Pero también exige acciones didácticas intencionadas para esos fines.
Pero, ¿qué es ser competente? O mejor dicho, ¿cómo se define una competencia profesional? El desarrollo de una competencia profesional debe evidenciar “un saber”, “un saber ser” y “un saber hacer”. Tardiff define competencia como un “saber actuar complejo que involucra la movilización de recursos internos y externos”. Y por recursos internos debemos entender actitudes y valores asociados a una determinada área profesional. Otra gran dificultad de diseño es justamente cómo desarrollar, evaluar y certificar mediante un programa de estudios esas competencias que se refieren a recursos internos.
El modelo plantea grandes desafíos a las instituciones formadoras, quienes en definitiva deben dar cuenta a la sociedad que las competencias comprometidas en los perfiles de egreso de sus programas de formación están desarrolladas al nivel que es requerido por el campo laboral y el entorno social donde ejercerán sus estudiantes.
Carmen Gloria Pérez, Académico Escuela de Administración y Negocios, Universidad de Concepción.