La reforma educacional propuesta por el gobierno se basa en 4 pilares: calidad educativa, segregación e inclusión, gratuidad y fin al lucro. A partidarios o detractores de la actual administración, intento demostrarles en estas breves líneas, que solo un poco de sentido común debe guiarnos para aceptar que el cambio debe ser instalado en forma urgente, y que no debe ser labor de un gobierno o prioridad de solo una corriente política, sino más bien una tarea de todos.
Primero, ¿por qué como sociedad nos cuesta tanto asimilar conceptos como no exclusión, gratuidad y fin de la segregación?, personalmente creo que es porque nuestro sistema escolar está construido sobre cimientos de segregación que históricamente hemos aceptado con total mansedumbre. La clasificación entre escuela pública, colegio particular subvencionado y colegio particular pagado se instaló en nuestro inconsciente y más que analizar el sesgo de perversión detrás de esas distinciones, nos ocupamos, con legítima aspiración, de generar los recursos para poder acceder al mejor nivel posible. Lo que olvidamos considerar es que al aceptar la clasificación estamos de paso aceptando que nuestros niños desde la primera etapa de escolarización partan con una ventaja o desventaja comparativa; toda vez que el nivel de educación al que pueden optar depende absolutamente de la capacidad económica de los padres, la cual Dios sabe cuánto puede variar a lo largo de la historia de una familia.
Otra idea dicotómica en nuestro inconsciente colectivo, es el resarcido discurso que la educación es un derecho. Si entendiéramos lo que es un derecho, entonces la discusión sobre la plausibilidad de la reforma estaría zanjada. La educación de calidad entendida como un derecho, y no como un bien de consumo, primero: tiene que estar garantizada por los gobiernos sin mediar la corriente ideológica imperante; y segundo, debe ser gratis e igualmente buena para todos, esta vez sin excluir a los ricos. En un sistema escolar visto así, nadie nunca tendría que pagar por tener un servicio de excelencia; y las distinciones elitistas pueden existir como alternativa para todos los que quieran. Al fin y al cabo, nadie podría alegar por no tener la posibilidad de elegir.
Nos apropiamos del concepto de que esta es una sociedad donde falta la igualdad de oportunidades, pero no asimilamos que en nuestro inconsciente está instalada la idea, de hace larga data, de que algunos somos más iguales que otros, y que es contracultural aceptar que todos puedan asistir a tal o cual colegio y que la calidad del servicio sea equivalente. Un argumento a favor de mantener la segregación, son los consabidos resultados del SIMCE. Pero, no olvidemos que SIMCE es un índice de calidad interno que no se condice con ningún estándar internacional, basta con comparar los resultado de PISA para corroborar este dato.
Nos demoremos en instalar un cambio a un sistema que está más que probado que no funciona. En toda sociedad, siempre habrá distinciones y elites que se dan de forma natural; el sistema escolar no tiene que ser un reflejo de la inequidad social que estamos lejos de erradicar en nuestro país.
Carmen Gloria Pérez, Académico Escuela de Administración y Negocios, Universidad de Concepción.