Chillán está viviendo desafíos inéditos en su historia. Al investirnos como capital de la nueva Región de Ñuble, nos vemos enfrentados a muchas realidades que afectan nuestro quehacer: problemas de contaminación (siete veces peor que la percibida en Santiago), precariedad en los ingresos (seremos la segunda región más pobre de Chile según resultados CASEN 2017), densidad inmobiliaria (como ejemplo, el sector Lantaño ha crecido un 170% en los últimos 13 años), entre muchas otras variables que impactan la calidad de vida de las personas. Claramente estamos viviendo los dolores propios de una ciudad que dejó de ser el pueblo apacible que alcanzó a disfrutar Marta Brunet, Ramon Vinay o Arturo Pacheco Altamirano.
Hoy convivimos prácticamente con las mismas variables de vida de los habitantes de las grandes urbes del mundo: uso de tecnología, conflictos viales, desarrollo urbano en altura, falta de tiempo, fenómenos migratorios, desafíos medioambientales, de equidad de género, entre otros.
El crecimiento llegó para quedarse, y junto a ello la necesaria lección que debemos aprender de vivir con esta metamorfosis social y todos los ajustes que ello implica.
Es fácil ante estos dolores exigir a las autoridades que tengan respuesta para todos estos problemas, y que con una varita mágica vuelvan a hacernos vivir con todas las comodidades de la vida tranquila de nuestros abuelos, pero sin prescindir de las bondades que nos aporta la vida actual: queremos menos tacos pero no estamos dispuestos a cambiar el auto por el bus, queremos vivir sin contaminación pero no nos motivamos a dejar la leña, queremos más servicios pero criticamos las construcciones, queremos nuestra casa propia pero nos oponemos al crecimiento inmobiliario para que otros ciudadanos tenga la misma oportunidad de tener su propio espacio para vivir.
Ñuble cuenta con la mayor tasa de población rural de Chile (30,6% de acuerdo al Censo 2017), por lo que este fenómeno de vestirnos con pantalones largos y convertirnos en Región también traerá profundos cambios en la convivencia urbano-rural. Sólo imagine el impacto que puede traer una nueva conexión vial en un tranquilo caserío por donde pasarán cientos de camiones y vehículos a alta velocidad a toda hora. Es el inevitable escenario que aparece ante nuestro futuro.
Pasarnos la vida criticando a las autoridades, a la planificación o a la historia no tiene ningún efecto si no partimos nosotros mismos primero con un cambio en pos de una mejor convivencia y calidad de vida. Le invito a que dejemos tranquilos a los profesionales que harán su mejor esfuerzo en hacer frente a los desafíos por venir, mientras nosotros, los ciudadanos que le damos vida a la nueva Región, hagamos lo que también nos corresponde para estar a la altura. ¿Algunos ejemplos?: Baje el volumen de la radio para no afectar a sus vecinos, mantenga limpia la fachada de su casa, separe la basura según su tipo, no bote papeles ni colillas en la calle, vaya a dejar a sus hijos en bus, enséñele modales, participe en su junta de vecinos, ocúpese de sus compromisos financieros.
¿Ve que otra cosa es con guitarra?