Como casi cualquier profesor de matemática cuando me presento y digo mi profesión la frase que más escucho como respuesta es: “yo fui malo para las matemáticas, las odié siempre”. Y preguntando qué los llevó a esto, en general, las respuestas conducen a las formas en que fueron evaluados, donde se buscaba medir al alumno “calculadora”, que supiera sumar, multiplicar o realizar otras operaciones, pero con muy poco análisis y aplicabilidad a lo cotidiano. Esto conduce irremediablemente a esa lejanía que se tiene con lo visto de manera teórica con lo que yo, como alumno, puedo realmente utilizar o someter a análisis.
Este problema es sistémico y aunque existieron cambios curriculares importantes, el profesor estaba poco motivado a cambiar y las pruebas estandarizadas nacionales, SIMCE y antigua PSU, planteaban en su gran mayoría preguntas donde el enfoque era ser muy poco reflexivo o aplicado, lejano a lo cotidiano, para ser más directo en la obtención del resultado. Así el profesor debía enfocarse a potenciar estas habilidades y contenidos directos y muy poco prácticos, para poder adecuarse a estas pruebas nacionales.
Pero esto tiene que cambiar y la enseñanza matemática deberá adaptarse. Primero, porque el 2019 se rindió por última vez la PSU y se dio paso a la Prueba de Transición Universitaria (PTU) y, segundo, porque el confinamiento que hemos vivido este último tiempo obligó al gran cambio en la docencia de la disciplina, donde el enfoque no puede ser generar alumnos “calculadora” y evaluar en consecuencia, dado que los mismos estudiantes podían utilizar herramientas on-line para responder estas preguntas. Así, el profesor debió generar evaluaciones distintas, donde el alumno analizara y luego ejecutara un desarrollo con alguna herramienta.
En el ensayo que se puede descargar desde el DEMRE, de la PTU 2022, se incorpora en un 50% preguntas del “nuevo tipo”, que están diseñadas para medir competencias esenciales en el desempeño de la educación superior (resolver problemas, modelar, representar y argumentar). Por ejemplo, la pregunta 22 del modelo habla de cómo aplicar las matemáticas a un problema de lectura nutricional para comer dos tipos de galletas. Aquí la pregunta antigua habría sido definir “a” y “b” y calcular el número exacto que satisface una serie de requisitos, pero la planteada en el ensayo es: “¿cuál de las siguientes opciones le permite a esta persona cumplir con la dieta?”; y las opciones en la respuesta no son exactas, hablan de un mínimo y un máximo, así que obliga a leerlas todas y discernir cuál de ellas satisface de mejor manera el requerimiento. Esto hace un cambio de paradigma enorme en la forma de evaluar y que el alumno sienta que realmente el pensamiento matemático se usa para decidir la mejor opción y no solo para obtener una única solución.
Este enfoque es excelente, pero, según algunos expertos, los primeros años hará que aumente la brecha entre distintos colegios y liceos. Sin embargo, creo que en el largo plazo generará el cambio cultural en los profesores, que se verán obligados a preparar a los alumnos para estas nuevas pruebas estandarizadas, mientras que los estudiantes deberán emprender la búsqueda de comprender esta nueva realidad de preguntas, que los lleva a analizar y decidir.
Jorge Torres Fuentes