Comienza Septiembre, la época de las flores, transición de la madre naturaleza al renacimiento y vigor del verano y, por supuesto, conmemoración de fiestas patrias; en fin, el paso de colores grises a colores más iluminados y en armónico degradé.
En este sentido, el cambiante ciclo de la vida nos manifiesta la constante adaptabilidad a la cual nos acogemos y que nos mantiene como especie. Así, las organizaciones adaptan sus recursos a los distintos escenarios en los que actúa; en el plano académico, la gestión del aula ha debido variar por los recursos tecnológicos de los cuales se disponen. Más, si nos adentramos en las metodologías de aprendizaje heredadas de la edad media por mantener una educación conductista, apreciaremos que, es escaso el protagonismo de los educandos en la generación del conocimiento, minando su capacidad de adaptabilidad y reinvención.
Para dimensionar la magnitud de los cambios, el profesor James Appleberry, Pdte. de la Asociación Estadounidense de Colleges y Universidades Estatales, desarrolló una investigación en la que estimaba que en esta época el conocimiento de la Humanidad prácticamente se duplica cada cuatro años y fracción. Con esto para el año 2020 el conocimiento aumentará al doble cada 73 días. Además señala: “Durante su vida laboral, los actuales egresados de carreras universitarias deberán estudiar el equivalente a cinco carreras, cuatro de las cuales todavía no existen”.
Ante este escenario, todo parece indicar que las acciones de aprendizaje dejarán de ser eventos de frecuencia aislada y se incorporarán en nosotros como una actividad permanente. Esto implica la urgencia de “aprender a aprender” y también, de “aprender a desaprender”.
Dado lo anterior, el logro del perfil de egreso de un estudiante de Educación Superior será la gestión de aula y el incentivo de su capacidad de adaptación a los nuevos paradigmas lo que permitiría su vigencia como profesional, más que la obtención y/o manejo de datos que, producto de la “infoxicación” y democratización de contenidos, ya están al alcance de todos.
Junto a la Gestión de Aula, la tarea central de las llamadas neurociencias es la de intentar explicar cómo es que actúan millones de células nerviosas individuales en el encéfalo para producir la conducta y cómo, a su vez, estas células están influidas por el medioambiente, incluyendo la conducta de otros individuos (Jessel, et al. 1997).
Por lo anteriormente expuesto, la implementación de la Neurociencia en la Evaluación de Procesos de Aprendizaje de la Educación Superior, por medio de estrategias metodológicas en ambientes colaborativos que permitan una interacción entre los alumnos, el docente y el cambiante entorno laboral, fomentarían una aclimatación contextualizada a la realidad que los educandos vivirían, laboralmente hablando.
“El aprendizaje debería partir del contexto sociocultural, de su nivel de desarrollo y de lo que tiene significado” (Chávez 2001). Se debe tener presente que para que se produzca el aprendizaje es necesario provocar retos y desafíos a los dicentes, que los hagan cuestionar lo establecido y en la medida de lo posible lo modifiquen y perfeccionen.
Elías Karmach, Académico Escuela de Administración y Negocios – Universidad de Concepción.