El producto interno bruto (PIB) es la medida más ampliamente utilizada para medir la actividad económica, lo que mide exactamente es la producción de bienes y servicios dentro de los límites geográficos de un territorio en un período determinado. Este indicador y otros derivados de él como el ingreso per cápita, tradicionalmente han sido tratados como medidas de bienestar económico, ya que se asume que mientras más bienes y servicios se produzcan en un país, el bienestar de ese país mejora. En términos muy simples la idea es: si el país produce más, más ingresos se generan y ello implica que la gente tiene más recursos, los que en teoría deberían permitirles alcanzar un mayor bienestar. Estudios realizados en Europa indican que esta relación entre la prosperidad económica y el bienestar individual y social, parece haberse roto en los países desarrollados, en Reino Unido por ejemplo, mientras la producción casi se ha duplicado en los últimos 30 años, la satisfacción con la vida se ha mantenido plana. Luego, confundir la disponibilidad de recursos con el bienestar puede entregar indicios engañosos sobre la calidad de vida de las personas e inducir a decisiones equivocadas de política, ya que como bien expresan Stiglitz, Sen y Fitoussi (CMEPSP), lo que medimos afecta lo que hacemos, y si tienen fallos nuestras mediciones, las decisiones pueden distorsionarse.
Las políticas públicas deben estar orientadas a garantizar altos niveles de bienestar de la población, ello implica una sociedad próspera, donde los ciudadanos se sientan satisfechos con su vida, sanos y comprometidos con su entorno y su nación. Los indicadores tradicionalmente usados para evaluar nuestra calidad de vida no miden el desarrollo en aspectos culturales, medio ambientales, ni sociales, y no consideran el bienestar subjetivo de las personas. El uso de dichos indicadores por parte de las autoridades de un país en el análisis del bienestar de sus habitantes, es miope al no considerar la multidimensionalidad y complejidad de la realidad, subestimado u omitiendo aspectos importantes que indicen en la vida de las personas. El ingreso per cápita por ejemplo, entrega una visión basada en un promedio ajena a la realidad de muchos individuos, que no evidencia las desigualdades entre ciudadanos y las disparidades entre territorios o localidades dentro un país. El Índice de Desarrollo Humano, por otro lado, si bien mejor indicador que el anterior, entrega una visión limitada al contemplar sólo algunos aspectos que inciden en la calidad de vida. Existe entonces, el desafío de generar indicadores completos e implementar formas adecuadas de medir la calidad de vida, y del bienestar que se deriva de ella, que reflejen de forma realista cómo vive y se siente la gente.
La discusión y preocupación por este tema está presente en muchos países, y es por ello que la OCDE hace algunos años sugirió la medición de la Felicidad Interna Bruta y recomendó a sus miembros trabajar en el estudio de nuevos y más realistas indicadores que permitan entender qué desean y esperan las personas para sus propias vidas y sus sociedades, otra tarea pendiente para nuestro país.
Claudia Troncoso Andersen, Académico Escuela de Administración y Negocios, Universidad de Concepción