
Así es, tal como si se tratara de una serie televisiva, puede afirmarse que comenzó la temporada de “lo vemos a la vuelta de 18”. Una práctica profundamente arraigada en las culturas organizacionales chilenas, independiente del sector productivo. Algo que no está en ningún contrato de trabajo, ni en una planificación estratégica de principios de año, pero que incide en la eficiencia y en la toma de decisiones de cualquier empresa. Este fenómeno que podría denominarse “receso productivo por convención social” se manifiesta como una especie de banda sonora que acompaña oficinas, fábricas, faenas y escritorios a lo largo del país.
No se trata de adoptar una mirada crítica en exceso, pero el hecho empírico es que Chile se ubica entre los países de la OCDE con mayor número de feriados, lo que, según estudios de la OCEC-UDP puede representar un costo cercano a 1.500 millones de dólares. De hecho, de acuerdo con el Banco Central, un día laboral adicional en el mes puede incrementar el Índice Mensual de Actividad Económica (IMACEC) en 0,5 puntos porcentuales. Es cierto que durante el período “dieciochero” el consumo aumenta en áreas como turismo, entretenimiento, hotelería y comercio minorista, pero se reduce la productividad en sectores de mayor incidencia en el PIB. Una balanza compleja que merece análisis y discusión.
Encuestas de la Asociación Chilena de Seguridad revelan que más del 60% de los trabajadores valora este receso como como una instancia necesaria para recuperar energías de cara al cierre del año. Sin embargo, la desconexión prolongada puede generar lo que algunos especialistas en psicología organizacional llaman “síndrome post-fiestas patrias”, con manifestaciones como dificultad para retomar rutinas, desajustes del sueño y cierta melancolía frente a la transición del asado al Excel.
La interrogante central: ¿cuáles son los riesgos de este patrón cultural?. En lo esencial, la postergación de decisiones estratégicas, aprobaciones de proyectos o cierres administrativos, lo que genera un estancamiento que puede debilitar la continuidad de la gestión, restar credibilidad en el largo plazo y disminuir la efectividad organizacional. Lo problemático es la naturalización de aplazar asuntos que demandan urgencia y agilidad. La consecuencia inmediata suele ser una ralentización en la gestión interna y lo que no es un tema menor, una sobrecarga laboral al retorno, donde las tareas acumuladas pueden aumentar la presión sobre los equipos.
Lo importante de evidenciar esta práctica radica en entender que debemos gestionar adecuadamente sus consecuencias. ¿De qué forma? Anticipando la planificación de las actividades previas a las Fiestas Patrias, resolviendo las decisiones más críticas antes de encender el carbón y administrando la carga posterior con reuniones breves, coordinaciones claras y recordatorios de prioridades.
En síntesis, el desafío consiste en transformar el inevitable “lo vemos después del 18” en un más eficiente “lo resolveremos mejor después del 18”.