Brexit es una abreviatura de dos palabras en inglés, “Britain” (Gran Bretaña) y “exit” (salida), que significa la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Bremain, es el acrónimo de “Britain” y “remain” (permanecer), y es el término utilizado para referirse precisamente a la opción opuesta. La Unión Europea (UE) como organización de cooperación política-económica remonta sus orígenes en 1952. En la actualidad reúne 28 países miembros y continúa en expansión.
El debate, en los medios, respecto de los pros y contras de la salida del Reino Unido de la UE, siempre fue más favorable a la opción Bremain; principalmente por los efectos devastadores que tendría para la economía británica la salida del conglomerado. Su sistema de mercado único, propicia el libre comercio y el tránsito de personas como si los estados miembros fueran un solo país, sin mediar tasas o aranceles comerciales o visas. La apertura de las fronteras, que favorece la llegada de inmigrantes aporta al crecimiento económico, en contraposición a la postura del parlamentario Nigel Farage, líder del Brexit, quién argumentaba que la llegada de inmigrantes, dispuestos a trabajar por sueldos bajos, afectaba las escalas de sueldos de los propios connacionales. Razón por la cual, la voluntad del pueblo británico ejercida en un referéndum el pasado 23 de junio, donde la opción Brexit obtuvo un 51,9 % sobre un 48,1% del Bremain, ha sido explicada como la materialización de un exacerbado sentimiento nacionalista-xenofóbico para terminar con una inmigración desatada desde diversos países de la región.
Cabe preguntarse ¿cuál es el trasfondo de esta decisión que a todas luces parece errada? Y es que en palabras simples, los británicos han votado por seguir siendo ellos mismos; por mantener su soberanía y restaurar la autoridad de sus representantes elegidos democráticamente, en vez de tener como referentes a los oficiales del gobierno central de la UE con base en Bruselas.
Esta decisión tiene que ver más con patriotismo que con xenofobia, con un sentido de independencia y de dignidad. Esto último, porque la mayoría de los que votaron por salir, fueron ciudadanos de las regiones periféricas de Gran Bretaña, pequeños agricultores, que resultaban beneficiados a través del sistema de subvenciones que obtenían por la membresía de su país con la UE.
Lo paradójico, según explica el sociólogo Will Davies en un medio online, es que precisamente las personas que resultarían perjudicadas con la salida optaron por ella. La razón atiende a que la ayuda económica era visualizada como una dependencia denigrante.
El fenómeno Brexit, puede no ser una buena decisión económica, pero puede entenderse mejor como una expresión de madurez cultural, de clase, de respeto por sí mismo por sobre el poderío económico. Un modelo a seguir, por culturas como la nuestra, donde, por ejemplo, el rol del estado subsidiario, es malentendido como gestor de obras de caridad y no como garante de la dignidad vía desarrollo económico.
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