En la era de la transformación digital, las organizaciones se ven expuestas a una nueva encrucijada donde el trabajador dejó de ser un recurso para lograr los objetivos y pasó a ser una persona dotada de inteligencia con la capacidad de entregar su conocimiento y competencias. Lo anterior conlleva a un replanteamiento de la institucionalidad que hoy tenemos, y comenzar a adoptar el cambio como una constante, donde los protagonistas son nuestros equipos de trabajo.
En Chile hemos avanzando a pasos agigantados en la profesionalización del área de gestión de personas, trabajando en temas como: un reclutamiento y selección que involucra perfiles de cargos y atracción de talento; una capacitación especializada y diseñada a la medida de la necesidad de la organización; un desarrollo organizacional que busca una real mejora continua del desempeño de los colaboradores y de base con un sistema informático de gestión amigable. Sin embargo, por más que una empresa ejecute cada uno de estos ámbitos a su perfección, requiere de una pieza clave dentro de su puzzle, el líder; quien debe ser una persona con ciertas habilidades que potencien el ciclo del colaborador. Con esto, quedan atrás aquellas organizaciones que centraron su desarrollo en jefaturas ciegas y sordas a las necesidades de sus equipos, pasando a un nuevo liderazgo donde cada trabajador tiene algo que decir para el éxito de la empresa.
Esta nueva tendencia no busca una relativa superioridad intelectual o decisional por parte de quien ejerce la autoridad, eso ya no tiene cabida en entornos laborales modernos. Por el contrario, el nuevo líder debe ser empático y con capacidad de generar confianza y cercanía con su equipo; debe dejar de lado aquella cultura más castigadora que se dedica, sobre todo, a identificar los errores y/o a atribuirse méritos que no les son propios. Tal como lo señala Goleman en su libro “Liderazgo”: “No es de extrañar, cuanta más ansiedad sentimos más se bloquea la eficiencia cognitiva del cerebro; …en altos niveles se bloquea el aprendizaje y la creatividad”. Así, los líderes efectivos no son aquellos que más tensionan los equipos, si no quienes saben escuchar y comunicar de una forma correcta, generando confianza y volviéndole la seguridad a las personas. Lograr que cada mañana el equipo se levante con la intención de dar el 100% por hacer un buen trabajo, es el principal desafío que tiene su coach.
De esta forma, en la actualidad, urge avanzar hacia una cultura organizacional centrada en las personas. Aprender a respetarnos dentro del rol que cada uno cumple, entender que todas las funciones y, por tanto, las responsabilidades, contribuyen al bienestar de la empresa y comprender que el individuo ya no es un recurso humano autómata, sino que es un socio central dentro del éxito de cada uno de los procesos de la empresa.
Instituciones de todos los tamaños necesitarán replantear sus ciclos del colaborador, el cual sea capaz de potenciar a las personas, poniéndolas en el centro. Así se logrará crear una cultura de gestión basada en el compromiso y el alto rendimiento de cada colaborador; dejando atrás a la persona como un recurso y comenzando con la gestión de ellas.
Loreto Novoa Capponi