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La IA y la urgencia de formar mentes críticas

Para entender qué es la Inteligencia Artificial (IA) conviene primero mirar hacia atrás. En el siglo IV A.C., Aristóteles propuso el silogismo como sistema de reglas lógicas para razonar, base de la lógica formal que siglos después sería fundamental para la IA. Entre los siglos XVII y XVIII, Pascal y otros matemáticos construyeron máquinas capaces de calcular. En el XIX, George Boole desarrolló la llamada lógica booleana, un álgebra dicotómica basada en solo dos valores, verdadero y falso. Este sistema binario es la base para interactuar con la máquina. Por otra parte, Charles Babbage diseñaba la máquina analítica, precursora del computador. Más tarde, Bertrand Russell intentó formalizar la matemática con lógica, pero Kurt Gödel, con sus teoremas de incompletitud, mostró que no todo podía formalizarse, recordándonos un límite que también alcanza a la IA.

En el siglo XX, Alan Turing se preguntó: “¿Pueden pensar las máquinas?” y creó la célebre máquina que lleva su nombre. En 1944 apareció la ENIAC, primera computadora digital electrónica, un gigante de 30 toneladas con 18.000 tubos de vacío. Ya en 1950 surgieron programas que jugaban ajedrez y resolvían problemas matemáticos. Todo ello condujo a que en 1956, en la Conferencia de Dartmouth, el término “Inteligencia Artificial” quedara oficialmente acuñado.

Con estos hitos claros, cabe preguntarnos: ¿cómo nos relacionamos con la IA desde la educación?

La transmisión del conocimiento ha tenido distintas etapas. En un inicio, la información viajaba de persona a persona. La invención de los idiomas permitió preservar saberes. Con la imprenta surgió la urgencia de aprender a leer y escribir y quien no dominaba esas destrezas dependía de otros para acceder a la documentación escrita. Con el tiempo, esto impulsó a los estados a implementar la educación primaria obligatoria y gratuita, asegurando que las nuevas generaciones adquirieran habilidades básicas. Luego, el advenimiento de la radio como medio de comunicación permitió el acceso masivo a la información y ya no era necesario leer para informarse, bastaba con escuchar.

La televisión añadió imagen al mensaje, otorgándole un poder casi irrefutable. Lo que aparecía en pantalla se asumía como verdad absoluta. Hoy, con la irrupción de la IA, nos enfrentamos a un escenario más complejo: dudas, temores, esperanzas y una avalancha de interrogantes sobre el futuro.

En este contexto, resuenan las palabras del Dr. Eric Goles, matemático chileno y Premio Nacional de Ciencias 1993, quien este año, durante una charla en la Universidad de Concepción advirtió: “Generalmente lo que nos pasa como humanidad es que somos súper buenos para inventar objetos tecnológicos y teorías científicas, pero usualmente el uso que le damos y la reflexión ético-filosófica viene mucho después”.

Su advertencia no puede ser más pertinente. La irrupción de la IA no debe enfrentarse solo con manuales técnicos. Se requiere formar mentes críticas, capaces de evaluar consecuencias, distinguir verdades de espejismos y comprender que el conocimiento, sin reflexión ética, puede transformarse en un arma de doble filo.

La historia enseña que cada revolución tecnológica vino acompañada de resistencias, con temores y entusiasmos a la vez. Hoy estamos, quizá, ante la más profunda de todas las crisis.

Celso Vivallo Ruz

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