Se acaba de conmemorar el 245 aniversario del natalicio de Bernardo O’Higgins y prontamente se estarán cumpliendo cinco años de la creación de nuestra región; excelente instancia para hablar de Ñuble, de sus proyecciones, expectativas, oferta de valor y desarrollo de los talentos que aquí se han forjado.
Pues bien, hablemos de Ñuble. ¿Cómo somos? ¿Somos felices? ¿Hemos crecido? ¿Qué necesitamos para hacerlo? ¿Hemos aprovechado nuestra amplia matriz productiva? ¿Qué hay de la retención de talentos para nuestro desarrollo?
A juicio personal creo que somos personas muy hospitalarias, cordiales, bastante tradicionales en ritos y muy arraigados con la tierra. También, sin intención de herir susceptibilidades, somos muy desconectados con el mundo, muy sensibles al qué dirán y preocupados por quedar bien. Para qué decir de nuestros talentos: gusto por lo gastronómico, diversidad cultural y artística y amantes de la naturaleza. Sin embargo, no somos felices. Tenemos un grado de percepción de felicidad bastante bajo (Ipsos 2022). ¿A qué se debe? Los datos apuntan a que hay dificultades en salud mental y física, sumado a que un gran porcentaje de la fuerza laboral siente que lo que hace, no tiene sentido.
Lo anterior se suma a los bajos indicadores locales: tasa de desempleo bordeando los dos dígitos, tasas de licencias médicas por salud mental en el top 3 de Chile, servicios de salud colapsados, contaminación, ranking de sueldos promedio que posiciona a Ñuble en el último lugar (INE, 2022), la tasa de alfabetización más baja de Chile, brecha digital y de conectividad, problemas de uso de agua para la producción y problemas de generación de energía. Además, de los 210.000 trabajadores que nuestra región tiene, solo el 30% posee alguna formación profesional o técnica. La lista suma y sigue.
¿Es esto un diagnóstico pesimista o una dosis de realidad? La verdad es que no importa tanto la respuesta mientras que sí se hace muy necesario saber qué hacemos con esto. Las personas, grupos o sistemas excepcionales son aquellos que se movilizan ante las adversidades y no se quedan con el mero análisis; hay que actuar ya.
Primero, y sin orden de importancia, se hace urgente formar en competencias que generen impacto: resolución de problemas, alfabetización digital, socioemocional y financiera, ciudadanía, innovación y capacidades para interactuar con otros. Acá, el rol de la educación es clave y estos temas deben tener espacio en las mallas de formación tanto en educación escolar como superior. Segundo, las autoridades públicas deben ser competentes, evitando sesgos y politiquería. El Estado es lo suficientemente potente como para generar condiciones de bienestar y desarrollo y eso debe ser superior al individuo que toma decisiones. Tercero, un amplio, fuerte e indeleble compromiso público/privado para atraer capitales, abrir plazas de trabajo y generar condiciones para I+D, logrando con esto retener los talentos locales.
Finalmente, hay que tener en cuenta que el deseo de una experiencia más positiva es, en sí misma, una experiencia negativa. Y, paradójicamente, la aceptación de la experiencia negativa es, en sí misma, una experiencia positiva.
Marcelo Oliva Abusleme