En la actualidad las empresas familiares representan en promedio cerca del 43% de las empresas del país, según evidencian datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en su Encuesta Longitudinal de Empresas (ELE versión 5), donde dentro de ellas, el 87% pertenece al clan de las pequeñas y medianas empresas, considerando ventas anuales de hasta cien mil UF.
Es ampliamente reconocido que las empresas familiares son un importante factor de crecimiento y desarrollo económico en una sociedad y que este tipo de organizaciones, en su gran mayoría, comenzaron con un emprendimiento optimista, muchas veces con un solo socio(a) fundador(a), y que luego, gracias a una serie de factores y otras buenas decisiones, como el conocimiento vital de su negocio, dedicación y entrega casi exclusiva a su cometido, y un buen par de asesores profesionales competentes, el emprendimiento inicial se torna, con el tiempo, en una empresa que crece y se desarrolla en el mercado, en activos, en patrimonio. Llama la atención que aún hay emprendedores que les asusta o incomoda el concepto “ser empresa”. ¿Será que carecen de un poco de autorreconocimiento?
Así, a medida que crece el patrimonio, van surgiendo nuevas necesidades o inquietudes y también crecen la familia y los hijos. Estos se van interiorizando del quehacer de la empresa en la cual tuvieron la suerte (o desafío) de nacer, hasta que llega inexorablemente el momento en que el socio(a) fundador(a) se pregunta: ¿quién se hará cargo cuando yo ya no esté? o ¿vale la pena seguir en la vorágine del devenir de dirigir una empresa en tiempos de cambios?.
En Estados Unidos, en la década de los 80 se acuña inicialmente el concepto de Family Office (FO), principalmente derivado de la industria inmobiliaria donde, a diferencia de los holdings que representan a las familias inversionistas en negocios financieros u operativos, los FO se estructuran como una entidad supervigilante de la gestión del patrimonio de dichas familias, prestando asesoría, apoyo y acompañamiento a los integrantes de las familias empresarias, no a sus negocios, en estricto rigor.
En Chile, en general, los Family Office han surgido a partir del 2000 ya como una institución, donde su papel primordial y significativo ha ido acercándose específicamente a la gestión de las utilidades obtenidas por los dueños de las empresas; a la asesoría y acompañamiento en el proceso de sucesión y al traspaso a las siguientes generaciones, armonizando la cultura y valores de la empresa hacia los nuevos integrantes, es decir, en los hijos, nietos, bisnietos. En este contexto, según estudios, hoy está predominando la segunda generación.
Entonces, los conceptos de familia empresaria y empresa familiar comienzan a diferenciarse, lo que abre una puerta en el mundo de la asesoría en gestión empresarial y en el ámbito de profesionales como abogados, contadores e ingenieros comerciales. Tenemos un nuevo universo al cual acercarnos, partiendo por conocer los conceptos de gobierno corporativo, el consejo de familia o consejo de administración y el indispensable protocolo familiar para la sucesión. Un lindo desafío.
Claudia Garcés Moraga