Tengo un problema. Carezco de argumentos suficientes para explicar lo que sucede. Nuestra historia reciente es evidencia de que el sistema político ha pasado por varios ensayos, transitando de una visión social tendiente al neoliberalismo, que tuvo como aporte el crecimiento económico como motor de desarrollo. ¿Por qué no se considera suficiente? Voy a intentar listar algunos hechos.
La generación de los ’80 creció bajo los conceptos de que el mercado es el mejor asignador de recursos, la búsqueda de la competencia perfecta, producir donde existan ventajas comparativas y la reducción del estado solo a actividades de promoción social. Estos conceptos, que tenían como base el bienestar general, fueron diluidos por la relación de interés política/empresa, la concentración económica y la colusión para afectar los precios.
A esto se suma el deterioro del simbolismo del mérito, aquel que movilizó a generaciones anteriores a buscar en la educación la movilidad social y donde algunos no lo lograron, acuñándose el concepto de “cesante ilustrado”. Peor aún, parte de los que lograron avanzar, menospreciaron hasta el agravio a personas de menor educación. El profesor de Harvard Michael Sandel lo explica mejor en su libro “La Tiranía del Mérito”, donde menciona que la meritocracia es corrosiva para el bien común. Un ejemplo son las conocidas frases de autoridades, como: “el consultorio es un elemento de reunión social” o “¿por qué no hacen un bingo?”.
Podemos agregar que la política ha pasado de ser una doctrina partidista a abrazar las causas individuales, lo que explica la fuga de votantes en partidos tradicionales a independientes. El filósofo Marsahll McLuhan explica el fenómeno como la manifestación de la individuación y la subjetivación extrema – mis necesidades están primero –, que trae consigo la pérdida de la búsqueda del bienestar general por satisfacer el propio.
Pero el némesis es la desconfianza de la sociedad hacia sus representantes, lo que deslegitimó y desvalorizó las antiguas reglas del mercado y las instituciones. Adam Smith lo explica mejor en su libro “La Teoría de los Sentimientos Morales” donde se menciona que es necesario un marco mínimo común de legitimización, lo que se espera lograr con la nueva constitución. Si bien nuestro país está mejor que hace algunas décadas, la conciencia de la desigualdad y el abuso transversal que parecía que a nadie importaba, finalmente importó. Sin equilibrio, el modelo comienza a ser sustituido, nos deja una polarización evidente y una nueva ciudadanía se comienza a fundar.
En este punto de inflexión, es de absoluta lógica preguntarnos qué queremos como sociedad y sin duda, para muchos, la respuesta es alcanzar derechos sociales básicos para que las personas puedan desarrollarse en igualdad. Para lograr esto, no solo se debe equilibrar lo existente, sino además se debe ahorrar e invertir para crecer, cautelando de esta forma el necesario balance entre beneficio social y económico. Pero sobre todo, debemos partir examinando nuestro comportamiento individual para orientarlo hacia la promoción de la dignidad, el respeto y el bienestar general. Si no logramos este cambio individual en lo colectivo, en algunos años esta columna volverá a ser escrita.
Víctor Díaz López