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El futuro de la Unión Europea

La UE ha sido un referente en los procesos de integración comercial, económico y político. Muchos países y bloques en los años 80 y 90 miraban con asombro y admiración la capacidad de consensuar visiones, políticas y leyes, de ir adhiriendo a países diversos y de avanzar hasta el máximo nivel de integración: la conformación de una unión económica, política, geográfica y militar.

Pero la dinámica internacional es compleja y cambiante, y hoy una vez más, la UE se ve frente a una gran disyuntiva. Así lo ha entendido la Comisión Europea, que presentó en marzo pasado el Libro Blanco (conjunto de propuestas de acción comunitaria), que contiene cinco alternativas para Europa de aquí al 2025, las que van desde profundizar la integración, hasta restringirla al mercado único.

Una primera opción, que es mantener el statu quo, no se ve viable. La UE tal cual está hoy, se encuentra en una situación vulnerable. La crisis que comenzó en 2008, ha gatillado tensiones que trascienden lo económico, despertando una vez más los nacionalismos extremos y el escepticismo europeo, lo que combinado con los efectos negativos de la globalización, podría tirar por la borda el trabajo de más de medio siglo, si no se toman acciones concretas.

El segundo escenario, es una deconstrucción del proceso, es decir, ir desmantelando las medidas menos populares y renunciar a proyectos conjuntos, por ejemplo, en materia de inmigración. Esto era algo impensado antes, pero hoy tiene partidarios. Implica centrarse sólo en el mercado único, no quedando garantizada la libre circulación de trabajadores y servicios, acotando la cooperación económica, haciendo más difícil responder a nuevas crisis financieras, ya que la moneda única quedaría en entredicho.

La tercera opción, y una de las más aceptadas, es un traje a la medida de los intereses de cada Estado, con la coexistencia de sub-bloques, cada uno avanzando a su ritmo. Esto ya se ha venido dando con el nombre de la “Europa de las dos velocidades”. Se ha hecho para el euro o el espacio de libre circulación Schengen, donde no todos los Estados Miembros participan. Habrá, por lo tanto, sólo algunos países que tengan políticas comunes en defensa, seguridad interior, armonización de normas técnicas o asuntos sociales, entre otros.

La cuarta opción es inclinarse por un “menos es más”, la preferida por muchos Estados Miembros, avanzando sólo en aquellas áreas donde hay consenso, desvirtuando el proceso de armonización de normativas y legislaciones que se ha llevado adelante durante los últimos 30 años. La atención se centraría en un número reducido de ámbitos, por ejemplo: telecomunicaciones; excelencia en I+D; digitalización a escala de la UE; una nueva Agencia Europea de Lucha contra el Terrorismo y una única Agencia Europea de Asilo.

Por último, la quinta opción plantea convertirse en los Estados Unidos de Europa. A estas alturas una utopía, ya que significa compartir más competencias, recursos, y seguir cediendo soberanía para la tomas de decisiones en todos los ámbitos.

Europa tiene un modelo de integración imperfecto. Sin embargo, ha sido el único proceso de integración que ha llegado tan lejos, que incuestionablemente ha mejorado bienestar y la calidad de vida de sus habitantes, garantizando la paz en el viejo continente por ya largos 60 años, y aunque lleno de contradicciones, ha llevado un proceso que sigue siendo un ejemplo para el mundo, por lo que es de esperar que la UE salga airosa de este nuevo gran desafío.

 

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