Los profesores siempre debemos recordar el gran impacto que generamos cuando, día a día, en la sala de clase, cambiamos la vida de nuestros estudiantes. Y eso es tan cierto ya que, como fuente de influencia, en mayor o menor grado, tenemos el privilegio de encaminarles a una vida mejor.
Nuestros estudiantes son personas valiosas, seres humanos únicos, que traen consigo una mochila de disímiles experiencias que han marcado sus vidas, y muchos de ellos buscan, en forma silente, que algún otro ser humano, sepa entender sus necesidades, en sus contextos y con sus historias.
Las demandas por una educación de calidad han originado, particularmente en la educación superior, un cambio de enfoque desde un modelo centrado en la enseñanza a uno centrado en el aprendizaje y al desarrollo de competencias (aspectos cognitivos, procedimentales y actitudinales a lograr con los estudiantes en sus asignaturas). Este cambio de paradigma obliga a la capacitación de docentes con el fin de entregarles herramientas que permitan el logro de los objetivos del diseño curricular.
Sin embargo, pareciera ser que el esfuerzo ha estado dirigido principalmente al desarrollo de la dimensión cognitiva del estudiante dejando nuevamente al margen la dimensión afectiva. Que lo “afectivo afecta” es una realidad. Los estudiantes traen consigo una historia con una fuerte carga valórica fundada en experiencias personales, que involucra creencias acerca de sus capacidades en las diferentes áreas de estudio, sus emociones y sus actitudes frente a ellas. Esto muchas veces es un obstáculo para el aprendizaje de los estudiantes en ciertas áreas, ocasionando en algunos casos el fracaso estudiantil, la deserción o la pérdida de la carrera.
Investigaciones (De la Caba, 2000; Ortiz, 2001; Guerrero et al.; 2009) muestran que las necesidades de aprendizaje de ciertos estudiantes no son satisfechas durante el proceso educativo, responsabilizando de ello fundamentalmente a lo que las emociones y los afectos ejercen en el ámbito académico, social y personal. Una autopercepción negativa de los aprendizajes, la baja autoestima, el temor hacia ciertas disciplinas conspiran contra un aprendizaje efectivo para el desarrollo de competencias.
Hoy más que nunca, en esta “nueva normalidad”, los docentes debieran conocer más a sus estudiantes, observar sus actitudes e indagar sus experiencias en la disciplina que enseñan, motivar, usar estrategias participativas y activas que favorezcan aprendizajes significativos; debieran usar constantemente el refuerzo social y aplicar situaciones de aprendizaje que mejoren las expectativas de logro de ellos. Hacerles sentir que son importantes y que deben creer en sus capacidades para alcanzar los resultados de aprendizaje. Una práctica docente contribuirá a mejorar los índices de retención estudiantil, las tasas de aprobación de asignaturas y de titulación oportuna (índices relevantes dentro de los mecanismos de aseguramiento de la calidad) y favorecerá el logro profesional de los jóvenes. El gran desafío que envuelve la labor docente, a pesar de todas las dificultades implícitas que puede llegar a tener, presenta resultados gratificantes que se proyectan en el tiempo.
Ernesto Pajkurić Vitežić