El interés de las empresas por capacitar o hacer más competentes a sus trabajadores es una práctica que se encuentra arraigada en nuestra sociedad. Pero “ser competente” en el actual mercado laboral adopta matices de significados muy disímiles a lo que antes se consideraba “estar calificado” para realizar un trabajo de excelencia. El sector empresarial/productivo evidencia un interés casi obsesivo por el desarrollo y medición de competencias de sus empleados; lo que en un principio podría haberse considerado una moda, ahora encuentra una fundamentación plausible, dado que existe una relación directamente proporcional entre el desarrollo de competencias y la competitividad de las empresas y empleabilidad de las personas.
Guy Le Boterf (2004) distingue las demandas del mercado que explican el interés de las empresas en las competencias: “el profesional debe hacer frente a lo aleatorio, a los eventos, debe emprender actividades y no solamente ejecutarlas”. La gestión exitosa de toda estrategia empresarial está supeditada a las competencias individuales y colectivas de las personas que la conforman, quienes deben ser capaces de producir nuevos servicios, productos y procesos para satisfacer a sus clientes, deben también tener la capacidad de integrar sus conocimientos técnicos, su experiencia laboral personal y su acervo cultural para crear soluciones, salvar imprevistos y contar con la iniciativa para re-inventar sus propias funciones. Los empleados deben ser fuentes generadoras de saber, a través del trabajo colaborativo, las reuniones de trabajo y las planificaciones estratégicas.
Aun cuando las razones objetivas que justifican el interés de las empresas por el desarrollo de competencias son marcadamente fundadas en el acrecentamiento de la producción económica; es rescatable constatar que el desarrollo del concepto se sustenta inicialmente en una mayor valoración del capital humano. El empleado/profesional sube del estatus de prestador de un servicio determinado al de un agente de cambio dentro de la organización. Concebir los puestos de trabajo como oportunidades de aprendizaje para el desarrollo de competencias, otorga al desempeño de toda actividad asalariada un sentido más ontológico que la expresa necesidad de ganarse la vida. Lo que es altamente preocupante, es la cantidad de exigencia impuesta sobre las personas dado este nuevo dinamismo de la economía: la preparación profesional solía ser suficiente para optar a un empleo, y la experiencia laboral una garantía de calidad de la labor que se realizaba. Se produce entonces una dicotomía en este nuevo escenario, donde por una parte se valoriza el capital humano joven, altamente especializado que prácticamente convive de manera natural con las exigencias de desarrollo de competencias, en detrimento de la valoración que antes se otorgaba a la experiencia. Si efectivamente las empresas aplican el concepto de la economía del saber, y lo incorporan en su programación estratégica, entonces tendría cabida el factor que la construcción del saber obedece a una base de producción colectiva donde el personal experimentado cobra una importancia crucial en la generación de valor.
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