Chile se ha posicionado como líder en el uso de la Inteligencia Artificial (IA), según el Índice Latinoamericano en Inteligencia Artificial (ILIA), el cual asigna puntuaciones a diversos factores que estiman los niveles de alfabetización digital y desarrollo en los países de la región. En este análisis, el liderazgo chileno se sostiene en dos pilares fundamentales: talento y producción científica e infraestructura tecnológica.
Nuestro país destaca en la región por la producción de publicaciones científicas sobre IA y el desarrollo de programas formativos. Un ejemplo de ello es el programa de Doctorado en Inteligencia Artificial de la Universidad de Concepción, inaugurado el presente año junto a otras universidades de la región del Biobío, con lo cual Chile amplía el liderazgo en IA en el desarrollo de habilidades digitales y la educación continua. Pero no basta con formar profesionales especializados, es fundamental que toda la ciudadanía, desde estudiantes hasta trabajadores de distintos sectores, se capacite en competencias digitales básicas y avanzadas.
Además, cada vez más docentes están incorporando IA en sus tareas diarias, mejorando su productividad y acelerando procesos en cuanto a la creación de pautas, presentaciones, páginas interactivas e instrumentos de evaluación. Esta tendencia hacia la modernización educativa optimiza tiempos y recursos, generando un impacto positivo en la enseñanza.
Chile está bien conectado digitalmente y continúa expandiendo su infraestructura con grandes proyectos, como el Cable Humboldt, que unirá Valparaíso con Auckland (Nueva Zelanda) a través de 14.800 km de fibra óptica, proyectando su entrada en operación para 2026.
Por otro lado, el Data Center de Google en Cerrillos es un ejemplo de las inversiones tecnológicas en el país. Sin embargo, su paralización por la falta de aprobación de la resolución de calificación ambiental (RCA) refleja algunos desafíos burocráticos que afectan este tipo de iniciativas.
Las políticas públicas han avanzado en fomentar la adopción de IA y en formar a la ciudadanía para su uso cotidiano, aunque un obstáculo significativo es la resistencia cultural al cambio.
Como sociedad, buscamos estabilidad laboral, productos de calidad y bienestar. No obstante, nos estamos acercando a modelos europeos más conservadores, que se caracterizan por sobrerregulación y poca inversión en innovación. Por ejemplo, en 2023, Chile destinó apenas un 0,34% del PIB a Investigación y Desarrollo (I+D), una cifra no tan lejana a la de España (1,43%). Ambos países enfrentan dificultades para atraer grandes inversiones tecnológicas debido a barreras burocráticas, a pesar de que sus ciudadanos son consumidores ávidos de tecnología, conectados en redes sociales y con un incremento en las compras por internet y suscripciones digitales.
Chile necesita un cambio cultural que favorezca la libertad para desarrollar I+D. Esto facilitaría la llegada de empresas tecnológicas que inviertan en el país, desarrollen programas, mejoren la infraestructura y generen empleos estables. Sin estas transformaciones, corremos el riesgo de frenar nuestro avance y perder oportunidades en un mundo que evoluciona rápidamente hacia la digitalización.
Jorge Torres Fuentes