Un importante grupo de países, incluido Chile, se comprometió a priorizar ciertos elementos de su proceso de desarrollo, con el fin de promover la paz y prosperidad al 2030. Estos elementos se enmarcan en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un conjunto de 17 objetivos interrelacionados, que fueron adoptados por las Naciones Unidas en 2015 en un llamado a la acción global para que las generaciones actuales y futuras puedan disfrutar de un balance en las dimensiones social, económica y ambiental.
Algunos de estos objetivos son de carácter sectorial (ej., agua, sanitización, energía, infraestructura e innovación) o requieren la provisión de bienes de carácter universal (ej., fin al hambre y a la pobreza, reducción de desigualdades, salud, educación, trabajo decente e instituciones fuertes), por lo que deben ser priorizados en el diseño de políticas públicas. Existe también un subconjunto de objetivos que requiere de la acción de todos los agentes, como es el caso de los ambientales (ej., acción por el clima, vida terrestre y submarina) y de sustentabilidad (ej., ciudades y comunidades sustentables, producción y consumo sustentable). La consecución de ésta última familia de objetivos presenta grandes desafíos, ya que el crecimiento económico generalmente viene acompañado de patrones de consumo y producción no sustentables, generando externalidades negativas a través de la degradación ambiental.
Un ejemplo de ello se encuentra en la industria de la moda, donde la amplia oferta de productos de bajo costo ha dado lugar al fenómeno del “fast fashion”. Estadísticas del Ministerio del Medio Ambiente (MMA) indican que el consumo per cápita de vestuario en el país aumentó 233% en los últimos 20 años, generando anualmente 572.118,9 toneladas de residuos textiles. Si bien este patrón podría entenderse como un elemento positivo para los consumidores, que ahora cuentan con más alternativas para elegir, la producción de ropa -especialmente de baja calidad- está fuertemente asociada a la contaminación del agua (debido a la alta toxicidad de los químicos utilizados en su proceso productivo, y a la subsecuente generación de aguas residuales) y a la generación de gases efecto invernadero, los cuáles generan efectos adversos no solo en el medio ambiente sino también en la salud de las personas. Por su parte, estadísticas de la CEPAL sitúan a Chile como el cuarto país importador de textiles usados a nivel mundial, los cuáles terminan siendo depositados en vertederos ilegales y en el desierto de Atacama. Pese a que la dinámica -e impactos- de esta industria responde rápidamente a las tendencias nacionales e internacionales, sus impactos no son conocidos por los consumidores.
Actualmente, en el país se realizan grandes esfuerzos para incorporar esta industria en la política de economía circular, pero su éxito requiere abordar sus dimensiones de producción y consumo. Desde nuestra vereda, ¿estamos dispuestos a llevar un estilo de vida más sustentable? Que la calidad, la durabilidad, el consumo responsable, y el respeto por el medio ambiente y la salud humana sean la nueva norma.
Mónica Marcela Jaime Torres