Thomas Alva Edison fue un prolífero inventor y científico norteamericano que mediante un método cercano al «ensayo y error» logró más de mil inventos. Ante consultas acerca de los fracasos que tuvo para tratar de alcanzar sus objetivos declaró “no he fracasado; he encontrado 10 mil maneras que no funcionan”.
Su respuesta revela a un perseverante investigador que no se detuvo ante situaciones adversas, valorando de esta forma la importancia de los errores. De hecho, Edison criticó a las instituciones escolares por no enseñar a los estudiantes a pensar y a experimentar soluciones no temiendo errar, que bien orientado sería el aliciente que conduciría a la satisfacción de alcanzar metas.
Por otra parte, el médico psicoanalista suizo Carl Jung, tiene entre sus frases más famosas a aquellas que resaltan el valor del error, por ejemplo: “el error es una condición tan importante para el progreso de la vida como la verdad”; “el conocimiento no se basa en la verdad solamente sino también en el error”; “errar es algo normal y supone una oportunidad”.
La verdad es que desde que nacemos comenzamos el proceso permanente de aprender cosas. Los errores que cometemos a lo largo de la vida favorecen aprendizajes que conducen a experiencias que nos evitará cometer los mismos errores en el futuro.
El vivir comprende el errar, enfrentar obstáculos, aprender, levantarse y seguir hacia nuevas experiencias. Nacimos no para fingir ser personas perfectas sino para corregir los errores que cometemos. El aprendizaje es una actividad que conduce al descubrimiento y a innovar, superando el error que les antecede. El éxito es indisociable al fracaso y aquel que alcanza el triunfo es porque previamente ha fracasado en el intento.
Pero el valor del error es poco apreciado en muchos centros de enseñanza, desconociendo la dialéctica que existe entre el error y la verdad. La educación, en todo nivel, debe fomentar la reflexión, el enfrentar situaciones de aprendizaje sin temor a errar. La equivocación en el proceso enseñanza no debe ser censurado, sino que por medio del análisis y la reflexión de los procedimientos que condujeron al error se debe procurar nuevo conocimiento. Para alcanzar esta máxima es necesario una enseñanza activa y participativa en la que el profesor pregunte más y evite la excesiva exposición de contenidos, utilizando elementos de la naturaleza y la tecnología para cautivar el interés de sus estudiantes quienes deben ser los constructores de sus propios aprendizajes.
Dejemos que nuestros niños, niñas y jóvenes, como parte de su formación, enfrenten las situaciones necesarias en su experiencia de vida; no les privemos de esa libertad, que aún Gandhi validó señalando que “la libertad no vale la pena, si no conlleva la libertad de errar”.
Para Edison, los resultados negativos son tan valiosos como los resultados positivos. Padres y profesores deben sopesar la necesidad de valorar los errores de hijos, hijas y estudiantes y utilizarlos para favorecer aprendizajes significativos, es decir, que perduren en el tiempo, que les permitan desarrollarse y alcanzar nuevos portales del conocimiento.
Luis E. Pajkurić Vitežić