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El profesor integral

Lo integral u holístico es un paradigma que se aplica a todos los campos del saber. Es la base, por ejemplo, de la teoría general de sistemas que ha sido ampliamente utilizada en el campo de la ciencia de la administración y la gestión de empresas. Ken Wilber, plantea en “Su teoría del todo”, cómo los modelos que integran las dimensiones del cuerpo, la mente, el alma y el espíritu, pueden aplicarse en campos como la política, los negocios, la educación o la medicina. La visión integral es una manera actual de concebir las estructuras, la vida y el universo, donde existe interrelación (y outputs) de las partes que conforman el todo.

La educación, entendida como la socialización de las personas a través de la enseñanza, es un ámbito donde la integralidad no sólo es aplicable, sino absolutamente imprescindible. Mediante el proceso educativo se busca que el individuo adquiera conocimientos y competencias que son esenciales para la interacción social y su desarrollo en el marco de una comunidad, es decir, la formación integral del alumno.

¿Pero que hay de la formación integral de quien enseña? ¿Será que para formar en la integralidad se requerirá haber trabajado en la propia? No estamos hablando acá de la necesidad de sentido ético y moral de quien forma a otros, ya que eso es evidente, hablamos de la integralidad del Ser en el sentido ontológico. ¿Es necesario que quien facilita y ocupa el rol de docente, profesor o académico, haya realizado algún trabajo de desarrollo personal?

Ningún ser humano se libra de las trampas de la neurosis y del ego, pero hay roles en los cuales es más importante enfrentar la “propia sombra”, y el rol de formador en todas sus variantes, es uno de ellos. Para hacerse cargo de la educación de otro, debe existir la voluntad (entiéndase valentía) de avanzar en un proceso de autoconocimiento en los dominios de la emoción, cognición y acción. Esto es, aumentar los niveles de conciencia respecto de las propias limitaciones / potencialidades, dando espacio a la desarticulación de “los discursos que me tienen” y, en definitiva, conectarse con la propia humanidad y vulnerabilidad. Es complicado, ya que aún se mantiene firme el paradigma metafísico, que obliga al formador a erguirse como un modelo a seguir, aséptico, sin fisuras, es decir, a “sabérselas todas”.

Por otra parte, una sociedad tecnologizada con todos sus distractores asociados, ha hecho que al profesor se le haga cada vez más difícil ser un referente. Ahora el profe no sólo debe “saber”, debe saber motivar, empatizar, comunicarse, enseñar a trabajar colaborativamente, etc. ¿Cómo es eso posible para alguien que no se ha mirado realmente? El proceso educativo se da en un contexto emocional, por tanto, si el que guía el proceso no ha al menos intentado zambullirse en el “no tan cómodo proceso” de conocerse a sí mismo, será difícil educar verdaderamente en el actual escenario. Distinto es instruir sólo en lo cognitivo, entregando contenidos técnicos y científicos, pero ¿Es esto realmente útil en la sociedad del conocimiento? Probablemente no. El proceso educativo es complejo e impele al formador no sólo a centrarse en la actualización del conocimiento en su materia específica, sino a trabajar su propia formación integral: atrevámonos, exijámoslo.

 

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